martes, 4 de noviembre de 2014

Leyendas Wirrárikas: El Nacimiento del Fuego y Ojo de Agua

El Nacimiento del Fuego - Leyenda Wirrárika

El nacimiento del Sol. 

Éste es un mito esencial, forma parte de la peregrinación ritual que se realiza a Wirikuta, el país del hí’kuri (peyote). Cuando ya todo está listo para la salida, cuando todos esperan a que amanezca para iniciar la peregrinación, el mara’akame relata la historia del fuego. Ésta historia siempre se relata alrededor de Tate’warí, el dios del Fuego, el Abuelo Fuego, en señal de ceremonia y de respeto a las costumbres ancestrales. Dice así:



En tinieblas
Antes, mucho antes, en el Medio Mundo, que se ubica bajo el cielo y por encima del inframundo, no había fuego, ni luna, ni sol, ni gente. Había animales pero eran todos nocturnos porque no había luz. Nadie conocía a nadie porque nadie podía ver nada. Todos chocaban entre sí, algunos se peleaban, otros se devoraban. Los animales vivían en las cavernas, en las grietas, bajo las piedras. Vivían todos: el murciélago, el león de agua, el búho, la lechuza, el tejón, la rata, el gato montés, el tlacuache, las serpientes y los escorpiones. Todos.

El nacimiento de Tai
Entonces, un buen día, en medio de las tinieblas, en su morada subterránea, se movió cinco veces Tate’ Yuliana’ka, la Madre Tierra, tratando de alzarse.
En el primer intento por levantarse, todos pudieron ver en el horizonte algo así como la lumbre de un cigarro a punto de apagarse. En el segundo intento, logró alzarse un poco más y todos vieron algo así como un sol oscuro, como un sol de eclipse. En el tercer intento ocurrió una fuerte sacudida y algo aclaró, como si fuera el principio de un amanecer. Los animales se miraban asombrados, sin saber qué cosa era aquello. Hubo un cuarto intento que trajo mayor claridad y mayor asombro.

Finalmente cuando la Madre Tierra se sacudió por quinta vez apareció, lujoso y cálido, Tatewari, el Dios del Fuego a quien también se da el nombre cariñoso de Tai. Apareció en el centro del mundo, en Teakata. Tai era una lumbre nunca antes vista. Los animales estaban extasiados.

El sacrificio de Masha
Pero había un animal que estaba particularmente cerca del fuego y particularmente asustado que, además, estaba encandilado: era Masha, el venado.
Tai saltó sobre él, lo mató con sus propias manos, lo limpió y colgó su cuerpo de un árbol. Entonces, como fuego que era, se puso debajo del venado, para calentarlo. La grasa del venado que caía sobre Tatewari, alimentaba la flama y, poco a poco, del fuego fue saliendo la figura de un hombre que llevaba una luz en el pecho. Todo esto lo veía allá en el este, desde Le’unar, en el Cerro Quemado, Tamatz Kallaumari, el Hermano Venado Mayor, que observaba.
Los animales salvajes, atraídos por la luz, comenzaron a acercarse. Tate’warí les ofreció la carne de Masha pero ellos la rechazaron, no les gustó cocida. Desde entonces, los animales salvajes sólo se alimentan de carne cruda.

Una emboscada
Tai se levantó, se echó el venado a la espalda y se fue solo por los barrancos.
Entonces, apareció Tzaurishikame, el viento, y dijo a los animales:
— ¿Por qué lo dejaron ir? Debían haberlo matado aquí mismo, con sus flechas.
—Lo dejamos ir porque él es el Fuego —contestaron los animales— él es la señal de que pronto habrá lumbre para todos en el mundo. Pero si tu deseo es que muera, nosotros lo cazaremos con nuestras flechas.
Lo alcanzaron. El primero que disparó fue Maye, el león, le tiró con una flecha de popote que resbaló por el costado de Tate’warí, sin herirlo mayormente. Luego tocó su turno a Tatei Ipau, la serpiente brava, que lanzó una flecha de tzipurra, sin hacer daño alguno. Los siguientes dos intentos los hicieron con flechas de carrizo la serpiente chica de cascabel llamada Rainú y Jaiki, la boa negra del agua. Pero ninguna dio en el blanco

Llenos de cólera, los animales se dirigieron a Rurave Temai, la Estrella Nueva, la que se asoma en lo alto del cerro:
—Remata a Tatewari —le dijeron— nuestras flechas de carrizo y popotes, son flechas de niños que nada pueden contra el poder del Fuego.
Desde lo alto de su peña, Rurave Temai disparó su flecha y alcanzó a Tate’warí que se vino al suelo lanzando un torbellino de chispas azules.
—Rurave Temai —exclamó Tate’warí— ¡has derribado al Fuego!, sólo por eso te quedarás para siempre cuidando el Medio Mundo.
Y es por esta decisión que todavía en nuestros días, la Estrella Nueva vigila al Medio Mundo y lo defiende de las grandes serpientes que, en el momento en el que les nacen alas, amenazan con salir a comerse a la gente. Pero la Estrella Nueva les lanza sus flechas y las extermina en el agua.

El rescate de Tate'warí
Tai había caído y estaba convertido en un viejo. Entonces, Tamatz Kallaumari, el Hermano Venado que observaba desde el Cerro Quemado, ordenó a los animales:
—Vayan por él, levántenlo y tráiganlo acá, conmigo.
La primera en obedecer fue Rarei Vivieri, una víbora rayada de blanco y negro, le siguió la víbora gris Murreka y, luego, Wikurrao, la que vive enroscada en el tronco de los árboles. Las tres hablaron con Tai, trataron de moverlo, pero nada lograron: Tate’warí permanecía inmóvil y mudo, como si estuviera muerto

Un regalo para los dioses
Cuando los hermanos se alejaron para regresar junto al fuego, el tlacuache sacó de su bolsa el carbón y corrió a ofrecerlo a los dioses que lo estaban ansiando. Lo ofreció a cada uno de los dioses de cada uno de los cinco puntos cardinales. En ese momento, en cada punto se levantó una inmensa hoguera. Surgieron, en total, cinco hogueras.

Los venados guardianes supieron de inmediato que el fuego había sido creado y que había sido robado.


Análisis de la obra: 
Primeramente, es importante mencionar que las deidades que este pueblo idolatra, tales como el peyote, el maíz, águilas y ciervos, todos son descendientes del Sol: Tai. Esta religión forma parte de la identidad wixárika y funge como compromiso elemental de la existencia de cada individuo, ya que forma parte de su idiosincrasia y de todas sus expresiones artísticas.
Así como en civilizaciones de la antigüedad, en la cultura wixárika se puede apreciar la alabanza a elementos de la naturaleza y fundamentar el principio de la existencia y la supervivencia en esas deidades creadas por el hombre. 

Los dioses cuentan las historias y los chamanes de las comunidades se han encargado de explicarlas y contarlas al pueblo, realizando escenificaciones, representaciones y rituales en las que encarnen a los dioses que narran las historias que cuentan los sucesos en los que fue creada todo en el mundo. 

Lo más intrigante del sistema de creencias en la cultura Wixarika es que a pesar del desarrollo de las sociedades y la evolución urbanística y económia del país, se ha mantenido fiel a sus raíces. Y es por esto mismo que su sistema de creencias es intrínseco, si no vital, para la realización de cualquier labor dentro de la vida cotidiana. 



Su orden natural, el orden del universo y de la vida humana se basa enteramente en los relatos y mitos; mitos que rigen el mundo. 




Ojo de Agua 

En pleno tiempo de secas brota el agua a borbotones,
renovada por la danza ritual de los insectos.
Del mirador caen hojas de pochote
meciéndose en el aire.
Unas quedan atrapadas en las telarañas,
otras alcanzan el agua y navegan sobre ella sin rumbo.
El caminante prefiere las hojas húmedas flotantes
para apagar la sed que quema su garganta.



Análisis de la obra:


La temática de esta obra se enfoca enteramente en los elementos de la naturaleza, que por ende,



 recuerda mucho a la poesía medieval de Basho (en temática, no estructura.)


Se acentúa la contemplación de los alrededores del ser humano (flora y fauna) y la conexión entre 

éste con los mismos.

Los Wixárikas son una cultura que, como anteriormente se mencionó, basa su existencia y su


modus vivendi y  modus operandi en la naturaleza; en los mitos que se crearon acerca de la creación 


del ser y de las cosas. Por ello mismo, puede apreciarse una profunda introspección en esta cultura 

prehispánica, que , por sus creencias tan solidificadas, ha persistido casi intacta a través de los siglos.






Notas tomadas en clase de Cultura Literaria. Universidad Panamericana Campus Guadalajara
Maestro: Blas Roldán 






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